CABEZAS BLANCAS EN LA CIUDAD

By LPT - enero 13, 2020


Creo que coincidirás conmigo. El anhelo más grande de todo cristiano nacido de nuevo, es justamente, ser usado por Dios para que otros también tengan la oportunidad de nacer y conocerlo.
Quienes hemos podido experimentar los cambios producidos por la nueva vida en contraste con la pasada, entendemos sin religiosidad y profunda gratitud la porción escritural que así lo describe:
“Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra.” (Lucas 7:47)
Esta es la razón por la que es poco frecuente encontrar en la mente natural -acostumbrada a pensar y confiar en sus propias fuerzas- agrado por realizar cambios de rumbo. Porque la mente natural no admite con facilidad, ni tampoco puede, tener una conciencia cabal de la necesidad de Dios sino pasa por un proceso en donde haya cosechado los frutos de una vida sin la dirección eterna. Solo allí, al entender los resultados de sus acciones y sin que pueda responsabilizar a otros de las mismas, es cuando madura en su interior la necesidad de cambio.
Jesús se refirió a la madurez de entendimiento de la siguiente manera:
¿No decís vosotros: «Todavía faltan cuatro meses, y después viene la siega»? He aquí, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya están blancos para la siega. (Juan 4:35)
Desde aquel lugar alto, Jesús podía enseñarles a sus discípulos como interpretar los tiempos de la verdadera madurez espiritual que por primera vez tenían frente a sus ojos.
Los campos blancos eran, más bien, cabezas blancas de personas. Hombres y mujeres que después de haber pasado por procesos de quebrantamiento se encontraba en condiciones de aceptar con humildad el mensaje que los transformaría. En otros, la decisión de cambio, aún estaba “verde”, por lo cual habría que esperar una temporada más. 
En base  a esta enseñanza, nuestra tarea como creyentes, radica en permanecer sensibles al Espíritu para poder discernir con eficacia en qué etapa del proceso se encuentran las personas. Y allí, poder ser usados por Dios como anhelamos.
Foto: Wallhere

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